2010: El Gran Oriente de Francia, principal obediencia masónica adogmática y liberal ha, por fin, votado que no habrá más "discriminaciones" fundadas sobre el sexo para quienes soliciten una iniciación en esta obediencia. Creo que esta noticia bien vale nuestro júbilo ya que pone fin de raíz a una controversia que a estas alturas, ni siquiera tendría que mencionarse.
Las argumentaciones a favor y en contra de la mixidad masónica han florecido en múltiples espacios de reflexión, llegando a menudo a posiciones extremas, muy ajenas al espíritu de tolerancia que en principio debe regir el actuar de los Masones. La Masonería es un gran árbol de tronco único pero de múltiples ramas, de raíces profundamente antiguas. La Masonería mixta es una de estas ramas. No es la única vía, es una entre tantas, es uno de los caminos en la búsqueda de la verdad. Así algunos, se sentirán más a gusto trabajando en un ambiente exclusivamente masculino, femenino y por último, otros buscarán una alternativa mixta.
El Rito Francés no sólo así lo entiende sino que también lo practica, por lo que se distingue en esencia de otras prácticas masónicas. En efecto, la singularidad del Rito Francés emana a diferencia de muchos otros por su carácter eminentemente laico, incluyente y tolerante por lo cual admite como uno de sus principios fundadores la participación activa de la mujer en un pie de igualdad dando a las Logias la triple opción de trabajar en un entorno exclusivamente masculino, femenino o mixto.
La mirada de nuestro Rito sobre el asunto de la Mixidad se simboliza en la imagen de Jano, este Dios de doble cara que voltea hacia el pasado y el futuro a la vez, que se ha caracterizado por su especial capacidad en integrar la herencia de la sabiduría antigua pero también entender las problemáticas y los desafíos de su tiempo. Ha sabido superar la aparente dualidad entre fidelidad a la tradición y búsqueda constante de la verdad. Recordamos también que en nuestra declaración de principio, la francmasonería no admite ninguna limitación, es decir, que rechaza cualquier tipo de exclusión por motivos de raza, nacionalidad, creencias religiosas o convicciones políticas, ni tampoco de sexo y agregaría de orientación sexual. La fraternidad, centro de la unión es la que nos permite lograr la igualdad tan anhelada. La mixidad es una de las facetas concretas de la fraternidad y uno de los máximos tesoros de nuestro Rito, lo que lo hace congruente con los grandes principios progresistas que defiende con firmeza desde hace varios siglos.
Sin embargo, todavía, la participación de la mujer en la Masonería no hace la unanimidad y nos tropezamos con posiciones encontradas al respecto. Nuestra institución tiene un carácter doble. Por una parte, es universal y perenne. Es lo que la constituye como una escuela esotérica tradicional, la más antigua de Occidente. Pero también, es una asociación enraizada en el presente y futuro de la Humanidad y que no es ajena a las evoluciones y revoluciones sociales. Esta doble realidad es la que sustenta las tesis a favor o en contra de la mixidad, es el corazón de la disputa.
Desde un punto de vista histórico, si nos remontamos a los orígenes operativos de nuestra fraternidad, observamos lo siguiente: a partir del siglo XI, en Europa, se desarrolla al lado de la tradicional división tripartita de la sociedad feudal en campesino, clero y noble, una nueva figura: el comerciante y artesano. Esta nueva forma de trabajo incorpora a la mujer por primera vez a los oficios, los cuales se realizan a través de la asociación familiar. La mujer ayuda a su marido en el oficio de éste, y luego le sustituye o le sucede. En el seno de esta misma asociación familiar, el padre enseña su arte a sus hijos e hijas. Es así como una Sabine de Pierrefonds, hija de arquitecto, se vuelve a su vez, maestra de obra. Pero como el refrán popular bien lo dice, una golondrina no hace la primavera y parece que Sabine fue la excepción que confirmó la regla. Ahora bien, es cierto que hubo una participación de las mujeres en gremios, tal vez, con rasgos iniciáticos similares a la de los constructores. Estos oficios propios que desempeñaban las mujeres fueron los relacionados con las artes textiles y la confección – hilanderas, tejedoras, tintoreras, costureras o sastras y hasta lavanderas – , y los de la alimentación. Así, si bien había corporaciones esotéricas femeninas en la Edad Media en Occidente, no así propiamente mixtas. Y si hubo casos de mujeres asumiendo papeles tradicionalmente reservados a hombres, no fue por derecho propio, sino por su condición de esposas, viudas o hijas. En este sentido, se puede afirmar que las corporaciones de arquitectos y picapedreros, desde sus inicios, moldeadas por y para los hombres. De ahí, que la Masonería, o mejor dicho, algunos de sus miembros, consideran que nuestra Orden debe seguir su paradigma original de organización masculina.
Ahora bien, un factor especialmente importante a tomar en consideración para entender el debate sobre la mixidad es la emancipación social de la mujer y su inserción en todos los sectores de la vida pública, en particular, en lo económico, – su salto de la esfera meramente reproductiva a la productiva –, a principios del siglo XIX con la revolución industrial y a todo lo largo del siglo XX provocando profundos cambios en las mentalidades. El mundo profano es mixto, desde la escuela pasando por el mercado laboral – esto no significa que haya paridad pero éste es otro tema –. Esta nueva situación ha llevado a las mujeres a reclamar el derecho a participar también en la esfera de la vida esotérica, en un pie de igualdad con sus congéneres. Sin embargo, algunos alegan que la Masonería no puede ser una réplica del mundo profano, ya que como sociedad esotérica se rige por criterios independientes. Las cuestiones profanas y seculares – los metales –, y en este sentido, la mixidad, se deben de quedar fuera, en la puerta del templo.
Es necesario contextualizar desde la historia de la condición femenina ciertos textos que abogan por una masonería estrictamente masculina. Cuando nació en Inglaterra la Masonería llamada especulativa y se constituyó formalmente como tal a través de una Carta Magna compuesta por Linderos o puntos de referencia, redacción de la cual se encargó el pastor Anderson, estamos a principios del siglo XVIII. El artículo (Articulo III - De las Logias) que se ha prestado a una interpretación controvertida declara: “Las personas admitidas como miembros de una Logia tienen que ser hombres buenos y leales, libres de nacimiento y de edad madura y razonable; ni esclavos, ni mujeres, ni hombres inmorales o de conducta escandalosa, sino de buena reputación”. Algunos han tomado este manifiesto como dogma de fe considerando cualquier tipo de divergencia de puntos de vista al respecto como heterodoxo, irregular, cismático. Tomemos este texto fundador como lo que es, una Constitución, la cual como en los Estados es susceptible de cambios y modificaciones cuando ya no corresponde a la realidad social, económica, cultural de la nación. Esta postura de connotaciones misóginas, que con nuestros ojos modernos, nos parece arcaica, se entiende perfectamente cuando la situamos en el contexto de la época. En este mismo tenor de ideas, encontramos en el Discurso de 1736 del Caballero de Ramsay, Gran Orador de la Gran Logia de Francia, las siguientes alusiones argumentativas a favor de la no participación del “bello sexo” en la fraternidad: “Admitir personas de uno y otro sexo en las asambleas nocturnas, oponiéndose así a la primitiva institución, fue la causa de todas las infamias. Es para prevenir semejantes abusos que las mujeres están excluidas de nuestra Orden. No es que somos injustos por considerar el sexo como incapaz de mantener un secreto, sino que su presencia podría alterar ligeramente la pureza de nuestras máximas y de nuestras costumbres”.
Si el sexo está desterrado, que no haya alarma
No es un ultraje a su fidelidad
Sino que tememos que al entrar el amor con sus encantos
Produzca el olvido de la fraternidad.
Los nombres de hermano y amigo serían débiles armas
Para proteger los corazones contra la rivalidad.
Desde la Edad Media, pasando por el Antiguo Régimen en Europa y hasta la Revolución de 1789, las mujeres fueron relegadas a un segundo plano, salvo algunas excepciones, del proceso histórico. Eternamente menor de edad, la mujer pasaba de la patria potestad de su padre a la de su marido y no podía actuar nunca sin la licencia de un varón.
Las mujeres, por lo general, estaban determinadas por los usos y costumbres a estar solamente a cargo del hogar y de los hijos. Desde el punto de vista social de la época, la desigualdad de la mujer era un hecho natural: el sexo femenino era considerado inferior, débil y de menores condiciones intelectuales que el masculino, incapaz de asumir responsabilidades trascendentes. La mujer no tenía participación social, ni política: su papel estaba enclaustrado en lo doméstico. Raras eran las que tenían acceso a una educación formal. En su Fisiología del Matrimonio, escribe Balzac: “La mujer es una propiedad que se adquiere por contrato; es mobiliaria ya que la posesión equivale al título; la mujer no es más que un anexo del hombre”. Tal era el pensamiento de la época y no hay que ofuscarnos por eso. Anderson y Ramsay son sólo un reflejo fiel del espíritu de su tiempo.
Como remedio paliativo, se idearon varias formulas, exclusivas para las damas de la nobleza, para poder ejercerse en el arte de la construcción alegórica, la masonería de adopción. Esta se puede considerar como una correspondencia esotérica de lo que ya existía para las mujeres de la alta aristocracia en el mundo profano, conocido como los salones literarios muy en boga en estas épocas, especialmente en Francia, cuya finalidad era disfrutar de compañía amena, refinar el gusto y ampliar conocimientos mediante la conversación y la lectura. La masonería de adopción, que podemos calificar hasta cierto punto de mundana, se focalizaba en cimentar ciertas virtudes consideradas propias del sexo femenino como el candor, la clemencia y la caridad, así como fomentar actividades de beneficencia. Al lado de esta masonería de salón y pompa aparecerán con posterioridad otras asociaciones llamadas paramasónicas bien sean femeninas o mixtas como por ejemplo la Orden de la Eastern Star en Estados Unidos. Sin embargo, estas formulas son anecdóticas cuando las comparamos a un día de 1893, fecha en que se fundó gracias a la acción de María Deraismes, la primera Orden Mixta por derecho propio y sin ninguna tutela masculina, el Derecho Humano.
Ahora bien, desde un punto de vista filosófico-iniciático, tanto lo masculino como lo femenino cohabitan, coexisten en la Naturaleza. Son los dos polos complementarios de una misma realidad y no tienen porque vivir artificialmente aislados, sino al contrario, debemos procurar la reconciliación de los aparentes opuestos en conflicto. Pues el Ser es Uno y es hermafrodita. La psique es una totalidad que integra tanto elementos femeninos como masculinos, y sólo haciéndonos conscientes de nuestra condición de Yin y de Yang lograremos nuestra plenitud, nos volveremos plenamente humanos. La realización individual total implica por lo tanto la trascendencia de la identidad de género. Cabe aclarar que en ningún momento se pretende una masculinización de lo femenino, ni tampoco lo contrario. Pues reconocemos que en nuestra igualdad, existe diversidad. Somos iguales pero no somos idénticos. Existen diferencias bien sean genéticas, hormonales, cerebrales entre lo masculino y lo femenino. Pero el Género Humano para alcanzar su plenitud debería, según nuestro punto de vista, integrar todas las potencialidades y funciones psíquicas que nos conforman, tanto las consideradas arquetípicamente masculinas como la razón, el pensamiento lógico y científico como las “propias” del carácter femenino como la intuición, la imaginación y el sentimiento. Además como lo nos recuerda el séptimo principio hermético del Kybalion atribuido a Hermes Trismegisto, llamado principio de Género: "El género está en todo; todo tiene sus principios masculino y femenino; el género se manifiesta en todos los planos Las energías masculina y femenina funcionan en todos los ámbitos. Todo tiene un género: activo y masculino o receptivo y femenino. Y todo, además de pertenecer al género masculino o femenino, tiene dentro de sí la energía correspondiente al género opuesto". Las columnas J y B del templo, están presentes en el corazón. Las columnas masculina y femenina no están demasiado cerca, ni demasiado lejos; hay un espacio entre ambas para que la luz pueda penetrar en medio de ellas.
Tal vez, sea el momento apropiado para evocar el mito del andrógino expuesto en el Banquete de Platón y remembrarnos nuestra naturaleza primitiva: “En otro tiempo la naturaleza humana era muy diferente de lo que es hoy. Primero había tres clases de hombres: los dos sexos que hoy existen, y uno tercero compuesto de estos dos, el cual ha desaparecido conservándose sólo el nombre. Este animal formaba una especie particular, y se llamaba andrógino, porque reunía el sexo masculino y el femenino; pero ya no existe y su nombre está en descrédito. En segundo lugar, todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías, unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma proporción. Marchaban rectos como nosotros, y sin tener necesidad de volverse para tomar el camino que querían…. El sol produce el sexo masculino, la tierra el femenino, y la luna el compuesto de ambos, que participa de la tierra y del sol. De estos principios recibieron su forma y su manera de moverse, que es esférica. Los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo, y combatir con los dioses. El negocio no carecía de dificultad; los dioses no querían anonadar a los hombres, como en otro tiempo a los gigantes, fulminando contra ellos sus rayos, porque entonces desaparecerían el culto y los sacrificios que los hombres les ofrecían; pero, por otra parte, no podían sufrir semejante insolencia. En fin, después de largas reflexiones, Júpiter se expresó en estos términos: Creo haber encontrado un medio de conservar los hombres y hacerlos más circunspectos, y consiste en disminuir sus fuerzas. Los separaré en dos; así se harán débiles y tendremos otra ventaja, que será la de aumentar el número de los que nos sirvan; marcharán rectos sosteniéndose en dos piernas sólo, y si después de este castigo conservan su impía audacia y no quieren permanecer en reposo, los dividiré de nuevo, y se verán precisados a marchar sobre un solo pié… Después de esta declaración, el dios hizo la separación que acababa de resolver, y la hizo lo mismo que cuando se cortan huevos para salarlos, o como cuando con un cabello se los divide en dos partes iguales. En seguida mandó a Apolo que curase las heridas y colocase el semblante y la mitad del cuello del lado donde se había hecho la separación, a fin de que la vista de este castigo los hiciese más modestos. Apolo puso el semblante del lado indicado, y reuniendo los cortes de la piel sobre lo que hoy se llama vientre, los cosió a manera de una bolsa que se cierra, no dejando más que una abertura en el centro, que se llama ombligo… como en recuerdo del antiguo castigo. Hecha esta división, cada mitad hacia esfuerzos para encontrar la otra mitad de que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad, con un ardor tal, que abrazadas perecían de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la otra. Cuando la una de las dos mitades perecía, la que sobrevivía buscaba otra, a la que se unía de nuevo, ya fuese la mitad de una mujer entera, lo que ahora llamamos una mujer, ya fuese una mitad de hombre; y de esta manera la raza iba extinguiéndose… Júpiter puso los órganos en la parte anterior y de esta manera la concepción se hace mediante la unión del varón y la hembra. Entonces, si se verificaba la unión del hombre y la mujer, el fruto de la misma eran los hijos; De aquí procede el amor que tenemos naturalmente los unos a los otros; el nos recuerda nuestra naturaleza primitiva y hace esfuerzos para reunir las dos mitades y para restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que ha sido separada de su todo, como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre sus mitades”.
La Logia, el espacio sagrado y consagrado donde se reúnen y trabajan los Masones para labrar su piedra bruta, es una representación a nivel microscópico del universo, del cosmos. Y como ya lo hemos visto, el cosmos está compuesto en todos sus niveles por fuerzas activas y pasivas, masculinas y femeninas. Por lo tanto, excluyendo uno de sus elementos naturales inherentes, es dudoso lograr la logia justa y perfecta. ¿Acaso es posible difundir la luz y reunir lo disperso en su máxima energía expansiva cuando una parte de la humanidad no es partícipe, cuando el organismo está mutilado? ¿Cómo cumplir con la perfecta armonía arquitectónica, cuando una de las columnas que sostienen el edificio hace falta?
La inclusión de las mujeres en la Masonería es el fruto de una construcción lenta y progresiva, como dice el poeta se hace camino al andar. La integración femenina dentro de la Orden es un reflejo del proceso histórico de la condición de las mujeres, de la esclavitud hasta la emancipación, emancipación que está lejos de haberse cumplido a cabalidad, en particular para las más pobres. Recordemos las conmovedoras y luminosas palabras de una Louise Michel, célebre anarquista, protagonista de la Comuna de París y feminista, iniciada al ocaso de su vida a los 74 años en 1903: “Mucho tiempo hace que hubiera sido de los vuestros si hubiera sabido de la existencia de logias mixtas; pero pensaba que, para pertenecer a un medio masónico, era necesario ser hombre. En mi opinión, ante el ideal de libertad y de la justicia no hay diferencia entre hombres y mujeres… Se desconfía de las mujeres que, sin embargo, son una enorme fuerza. La mujer es un terreno fácil de cultivar, es un compañero y no un esclavo… Ella misma tiene que ser el artífice de su emancipación. La mujer ha de rechazar continuar siendo el ser inferior que la vieja sociedad ha pretendido hacer de ella a perpetuidad…El duelo entre sexo es ridículo y odioso: no se trata de la mujer contra el hombre; lo único que existe es la humanidad… Actuemos y vayamos rápido, porque no estamos solos y tenemos que pensar en los demás. Dejemos a los reaccionarios aferrarse al pasado, a sus instituciones que se hundirán con ellos, teniéndolos prisioneros como ratones en sus agujeros…Tenemos que transformar algo más importante que las constituciones: la sociedad donde las miserias se deslizan unas sobre otras; el hambre, la ignorancia, la prostitución, el odio… El poder embrutece a los seres humanos; no debemos conquistarlo para luego expulsarlo de entre nosotros, hombres y mujeres, sino eliminarlo de la sociedad haciendo de esta una gran familia libre, igualitaria y fraternal, siguiendo el ejemplo de la hermosa divisa masónica... No será un trabajo fácil, puesto que sabemos que la reacción se movilizará para conservar sus privilegios. Mientras nosotros caminamos hacia el futuro, ellos quieren conducir la humanidad al pasado… A los masones y las masonas corresponde crear una religión nueva, la religión sin dios, ni dogma”.
Hoy la cuestión de la admisión de las mujeres a la iniciación masónica se debe plantear en las mismas condiciones que los hombres a pesar de que perduren algunas insidiosas reminiscencias en nuestra Fraternidad de formas de apartheid las cuales atentan contra los principios masónicos por excelencia. Hombre y mujer son compañeros – comen del mismo pan – comparten el mismo destino. La lógica binaria que nos domina debe ser sustituida definitivamente por una lógica analógica.
La Masonería es dual: como organización iniciática es la garante de la tradición esotérica occidental pero en su otra vertiente, es decir, como asociación civil y secular anclada dentro de la polis, debe ser una pionera en la transformación de las conciencias y de las estructuras. La mixidad masónica se encuentra precisamente en este punto de equilibrio.