sábado, 24 de abril de 2010

Todos los hombres son hermanos

A raíz de las reflexiones de algunos Hermanos acerca de lo único que vale la pena en esta vida; alimentar nuestra propia alma y el trabajo interior, me acorde de un texto del Maestro Gandhi quien ni era masón, ni socialista y que sin embargo comparte una visión universal iluminadora: todos los hombres son hermanos. La perennidad y la sabiduría de sus palabras es abrumadora:

“Imaginaos, pues qué calamidad tiene que ser tener trescientos millones de parados, cuya situación se va agravando día tras día, por falta de trabajo, y que han perdido todo amor propio y toda confianza en Dios. Da lo mismo querer trasmitir la palabra de Dios a un perro que querer hacerlo con esos millones de hambrientos, cuya mirada ha perdido todo brillo y cuyo único Dios es el pan que esperan. La única manera de hablarles de Dios es proporcionarles lo que para ellos es sagrado: un trabajo. Ciertamente es mucho más bonito hablar de Dios alrededor de una mesa, con ocasión de un buen almuerzo, sabiendo además que la comida siguiente será todavía más sabrosa. Pero ¿qué hacer para hablarles de Dios a millones de hombres que sólo comen una vez al día? Para ellos, Dios no puede evocar más que la posibilidad de subsistir…Para los pobres, lo que atañe a su vida económica ocupa el lugar de su vida espiritual. No podéis interesar a millones de hambrientos con consideraciones de otro orden, so pena de hablar en el vacío. Pero dadles de comer y os convertiréis en su Dios. Les es imposible alimentar otros pensamientos…. Odio todo lo que sea privilegio y monopolio. Considero como tabú todo lo que no puede ser compartido con la multitud.”

Mientras impere la pobreza en el corazón de la abundancia, nuestra divisa de Libertad, Igualdad y Fraternidad se quedará en palabras muertas. Mientras exista una desigualdad abrumadora entre los ricos y los pobres, mientras la mayoría viva gobernada por la búsqueda alienante del pan diario y una minoría privilegiada, atada por la codicia de los metales, no habrá paz en la tierra, no habrá luz en las tinieblas, y este principio seguirá siendo una utopía inalcanzable sólo viva en el mundo de las ideas.

Pero Gandhi, nos enseña también que aunque sea una tarea difícil de realizar, no es imposible. Para lograr esta justicia fundamental que es el reparto equitativo de los bienes, piedra angular para que todos los hombres puedan realizarse espiritualmente, hay que trabajar en dos ejes paralelos inseparables: la transformación interna y externa, edificar personal y socialmente nuestro templo.

“El primer paso consiste en realizar los cambios que se imponen en nuestra vida personal, sometiéndonos a la parte superior de nuestro ser… Importa reducir al mínimo nuestras necesidades… Si, de este modo, hemos hecho todo lo que estaba en nuestro poder en nuestra propia vida, entonces, y sólo entonces, estamos autorizados para predicar este ideal entre nuestros camaradas y nuestros vecinos… Pero además de la necesaria transformación interna, hay que reconstruir desde sus cimientos el orden social… Trabajar por la igualdad económica equivale a abolir el eterno conflicto entre el capital y el trabajo”.

Alimentar nuestra propia alma es una tarea sublime y necesaria pero no es suficiente. ¿Como pretender alimentar el alma cuando los estómagos están vacios? Los más nobles valores morales sólo se pueden realizar cuando nuestras necesidades primarias están cubiertas: "como adentro es afuera, como afuera es adentro". Si queremos algún día que se realice el derecho inalienable de todo hombre a una vida espiritual rica, debemos esforzarnos en desterrar la pobreza material de esta mundo.

Gandhi, Todos los hombres son hermanos, Ed. Sociedad Educación Atenas, 1988.

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