domingo, 14 de marzo de 2010

El Silencio del Aprendiz

“El silencio redondo de la noche sobre el pentagrama del infinito”
Federico García Lorca, Hora de Estrellas.

En la cultura occidental, y hoy más que nunca en la era de la mercadotecnia y del consumismo, existen pocos espacios para vivir el silencio. Algunos afortunados, podrán refugiarse de vez en cuando en lugares todavía vírgenes, recintos de paz, como un bosque o la montaña, y reencontrarse con la naturaleza muda, alejados de la huella civilizadora. Pero en general, el hombre moderno, acostumbrado a vivir inmerso en una contaminación acústica que ya nos parece natural, ha perdido la posibilidad de experimentar la vivencia original que nos da el silencio. Sumergido en el tumulto de sus actividades cotidianas, enfocado a resolver problemas de toda índole, se debate entre la alborotada multitud y su estrepitoso ritmo urbano. Y cuando le queda algo de tiempo libre, lo consagra a actividades de esparcimiento que poco contribuyen a la reflexión. De hecho, se puede decir que el silencio tiene una connotación negativa en nuestra sociedad, se relaciona en seguida como carencia de algo.

Sin darnos cuenta, hemos perdido progresivamente el respeto al verdadero sentido de la comunicación humana, en sus dos vertientes: Palabra y Silencio, estos dos polos de una misma realidad que solemos oponer cuando son complementarios. Hemos profanado hasta extremos insospechados lo Sagrado del Verbo. Asediados de manera constante por el uso y abuso de la Palabra, en particular en el ámbito de lo político y de los medios de comunicación donde las superverbalizaciones, para no decir, la verborrea compulsiva de la mayoría, ya han pasado a ser la única forma de comunicación social. La Palabra tiene peso y medida y su ejercicio, innegables consecuencias. ¿Quién no ha experimentado por lo menos una vez en su vida, el poder redentor o destructor de las palabras? ¿Cuántas veces no nos hemos arrepentido de no hacerle caso al sabio consejo de la abuela, cuando decía: Dale siete vueltas a tu lengua antes de abrir la boca? Sin embargo, ya hemos llegado a tal grado de excesos que hemos caído en creer en la falsa ecuación: Hablar equivale a Poder mientras Callar es vil sumisión del débil. Silencio, en nuestro entorno cultural, se ha vuelto un sinónimo de ausencia, angustia, soledad, muerte, vacío ante la propia existencia que el Homo Sapiens de hoy, suele aborrecer.

Y es cierto, el silencio es un lujo escasamente alcanzable para el común de los mortales. Como toda virtud, exige el justo medio, una constancia en la práctica, en fin disciplina y regla. Sin embargo, existe una tradición perenne en Occidente, minoritaria cierto, pero que ha perdurado hasta nuestros días y que reconoce el valor del silencio como una energía constructiva y como parte integrante de la experiencia humana. Ya las antiguas Escuelas de los Misterios de Grecia, en particular, la Pitagórica, habían instaurado como condición sine qua non la prueba del silencio como primera etapa del aprendizaje del neófito, antes que nada el nuevo discípulo era un oyente. Los antiguos romanos solían venerar la imagen de una diosa, la Diosa Silenciosa, llamada a veces Muta o Tácita la cual se solía representar bajo la forma de una figura femenina con el dedo índice sobre su boca. El gran alquimista y médico renacentista Paracelso, ya nos recomendaba entre sus reglas de oro para una vida saludable: “Debes recogerte todos los días en donde nadie pueda turbarte, siquiera por media hora, sentarte lo más cómodamente posible con los ojos medio entornados y no pensar en nada. Esto fortifica enérgicamente el cerebro y el Espíritu y te pondrá en contacto con las buenas influencias. En este estado de recogimiento y silencio, suelen ocurrírsenos a veces luminosas ideas, susceptibles de cambiar toda una existencia. Con el tiempo todos los problemas que se presentan serán resueltos victoriosamente por una voz interior que te guiara en tales instantes de silencio, a solas con tu conciencia. Ese es el daimon de que habla Sócrates”. Por fin, muchos místicos en Occidente al igual que en Oriente como por ejemplo en el Budismo Zen, han alabado el poder del Silencio. Miguel de Molinos, teólogo y fundador del Quietismo observa en su Guía Espiritual que existe tres tipos de Silencio: “El primero es de palabras, el segundo de deseos y el tercero de pensamientos. El primero es perfecto, más perfecto es el segundo y perfectísimo el tercero. En el primero, de palabras, se alcanza la virtud; en el segundo, de deseos, se consigue la quietud; en el tercero, de pensamientos, el interior recogimiento. No hablando, no deseando ni pensando, se llega al verdadero y perfecto silencio místico, en el cual habla Dios con el alma, se comunica y le enseña en su más íntimo fondo la más perfecta soledad y alta sabiduría. A esta interior soledad y silencio místico la llama y conduce cuando le dice que le quiere hablar a solas, en lo más secreto e íntimo del corazón”.

Heredera de este patrimonio espiritual, la Masonería, desde sus orígenes, ha integrado en sus rituales, el silencio. La palabra Silencio deriva del latín silentium que para Cicerón significa “silencio” y para Livio “quietud, ociosidad”. Los silentes eran “los muertos” para Ovidio, y para Virgilio “los lugares solitarios”. Como primera lección, al Aprendiz Masón le tocará hacer acto de humildad y aceptar ante sí mismo que no sabe ni hablar ni escribir y que por lo tanto, más vale callar, haciendo suyo el aforismo pitagórico “Escucha, serás sabio. El comienzo de la sabiduría es el silencio”: Primer golpe de CINCEL y de MALLETE sobre la PIEDRA BRUTA.

El silencio empieza en la CAMARA DE REFLEXION para el candidato y virtual recipiendario. Después será una constante a lo largo de su aprendizaje en el seno del TALLER. Esta norma del Silencio que prevalece en la COLUMNA del NORTE, estoy convencida, ha generado entre todas las generaciones de APRENDICES de ayer y hoy, en un principio, no sólo cierta frustración y una sensación asfixiante, pero también muchas interrogantes y dudas sobre el funcionamiento de la LOGIA y su muy especial didáctica. El APRENDIZ se encuentra sometido a una prueba, la del dominio de sí mismo. Tendrá que luchar contra la tendencia propia de la naturaleza humana de expresar su pensamiento, reprimir el instinto innato de comunicar sus vivencias y compartir sus opiniones. Aprender a dominar este instrumento tan maravilloso a la vez que peligroso que es el lenguaje mediante una práctica constante y rigurosa - la costumbre es una segunda naturaleza y una golondrina no hace la primavera nos dice la sabiduría popular - hasta que sea parte íntegra de su ADN. ¿Para qué? No es que este mutismo inicial del APRENDIZ releve de un capricho sino que: “Privarse de hablar, para limitarse a escuchar, es una excelente disciplina intelectual cuando se desea aprender a pensar. Las ideas se maduran por la meditación silenciosa, que es una conversación consigo mismo. Las opiniones razonadas son el resultado de debates íntimos que se empeñan en el secreto del pensamiento. El sabio piensa mucho y habla poco. Un masón joven debe, pues, en general, mostrarse muy reservado”.

Desde una luz profana, esta exigencia de Silencio en LOGIA puede parecer una medida coercitiva, propia de cierta pedagogía autoritaria. ¿Acaso no es un denominador común a todas las dictaduras el hecho de reprimir toda voz que se alcé para denunciar o criticar, hacer reinar el silencio mediante el terror, desterrar a los opositores y cancelar toda libertad de expresión? Paradójicamente, en la LOGIA, el silencio se convierte en ARTE. No responde a ningún acto de vejación o de arbitrariedad, apela a la libre elección de la persona. Un Arte íntimamente ligado a la práctica de las Virtudes de la Prudencia, la Discreción y la Templanza. Recordemos con Oswald Wirth, que la disciplina del silencio llevaba a los antiguos Masones a no contestar las calumnias de las cuales eran objeto: obra bien y deja murmurar, la verdad caerá por su propio peso.

La armonía y la convivencia fraternal a la que aspira toda LOGIA, digna de este nombre, no se puede alcanzar sin la presencia del Silencio. ¿Cómo podríamos trabajar y construir unidos si no nos exigiéramos a nosotros mismos esta pauta, condición imprescindible para cumplir con el precepto fundamental del Respeto y Tolerancia para la Palabra del Otro? ¿Cómo dialogar en la cacofonía? ¿Acaso, no existen notas y pausas en la música?

Así pues como el silencio exterior nos predispone a la serenidad y a la reflexión, nuestro silencio interior, concentrando todos nuestros sentidos hacia dentro, hacia el centro, nos convierte en una verdadera cámara anecoica, una caja de resonancia, espacio donde el eco de nuestra conciencia se desvela invitándonos a la reflexión ontología para descubrir los Misterios del Ser. “El hombre sabio, antes de llegar a serlo, empieza su camino entregándose voluntariamente al silencio porque sabe que las verdades que busca sólo se revelan al oído sutil. La máxima percepción se logra con el sueño y el sueño anida en el útero de la noche, en el lado contrario del ruido”

Sin embargo, lo que espera la Masonería de los hombres y mujeres que la conforman no es una devoción mística al Silencio, un aislamiento perpetuo del quehacer humano. Si bien es cierto, que desde el momento de la iniciación, se le solicita al recipiendario hacer un voto solemne de Silencio sobre lo que sucede en LOGIA y durante las TENIDAS, no se debe confundir con un tributo penitencial a una u otra divinidad. Paralelamente al cultivo del silencio, la formación del APRENDIZ se complementará con el estudio de las ARTES LIBERALES, empezando por el Trivium, compuesto de la Gramática, la Retorica y la Dialéctica. El FRANCMASON para llegar a ser un verdadero Maestro Constructor, dueño de su oficio, deberá ser un experto en la triada dedicada a la Palabra. Pues lo que nos exige nuestra condición de Francmasones es que sepamos no sólo Pensar sino Hablar y además Actuar bien. Entre los Deberes del Iniciado, como nos lo recuerda Wirth en el Libro del Aprendiz, está la realización de nuestros propósitos. No basta callar para pensar, hablar para convencer, sino que irremediablemente estamos llamados a concretar los ideales de nuestra Divisa: LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD: “Si la Francmasonería se dedicara sólo a la especulación pura se quedaría en el dominio abstracto, sin compartir los males que acosan a la humanidad. Estos males tienen su repercusión sensible en el corazón de todo hombre generoso. El iniciado, en consecuencia, no se aísla del mundo, se guarda bien de imitar a los místicos egoístas que buscan la perfección lejos del contacto de la corrupción general, mucho menos comparte la indiferencia de los satisfechos que sólo tienden a gozar los favores acordados a unos pocos. El hombre de corazón se siente herido por toda iniquidad aun cuando no sea él una víctima directa. Desinteresarse de la suerte de otro es romper los lazos de solidaridad que une a todos los miembros de la familia humana”.

Referencias Bibliográficas:
Hilda BASULTO, La fenomenología del silencio. Apuntes para una temática por investigar, 1974
Arthur POWELL, La Magia de la Francmasonería, La Virtud del Silencio, 1924.
Oswald WIRTH, El Libro del Aprendiz, Deberes del Aprendiz Masón, 1894.
José Ramón GONZALEZ CHAVEZ, El Silencio Masónico.
Eliseo BAYO, Revista Masónica La Acacia N°6, Reivindicación del Silencio.

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